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Reencuentros

A medida que cumplimos años, aumentan las posibilidades de que vivamos frecuentes reencuentros: con personas, con lugares, con experiencias, con pensamientos, incluso con sueños…

El pasado 22 de septiembre viajamos con Mercé a Figols de Tremp, su pueblo de nacimiento o aquel en el que vivió su primera infancia. ¿Qué por qué hablo de reencuentro?, pues porque ya hacía casi un año que no habíamos estado. Todo este tiempo de salud quebrantada, hemos estado alejados de ese pueblo pequeño, remanso de paz y tranquilidad, en el que hemos pasado muchos fines de semana, buscando esa necesaria desconexión de las tensiones diarias y ese silencio alimenticio tan difícil de encontrar en este tiempo.

 En algún post anterior hablé de la soledad en la que quedan las estancias, los objetos, los muebles, los libros… cuando bajamos persianas, apagamos las luces y cerramos la puerta de una vivienda que abandonamos temporalmente. ¡Pienso mucho en ello! Cuando habitamos la casa, el espacio, todo lo que nos rodea recobra su peculiar “vida” al ser iluminado, al ser visto, al ser tocado y cambiado de lugar… Sabemos que se trata de objetos inanimados, pero, en muchas ocasiones, nos cuesta creer que no tengan algo de vida, cuando estamos nosotros a su lado.

Por eso, es un gozo abrir la puerta de la casa, subir las escaleras, abrir las ventanas de la cocina-comedor, ver el fogaril, salir a la terraza, entrar en el rincón de lectura y biblioteca… Pasear la vista para ver si está todo en orden; sentir que todo lo que ahora ves, te estaba esperando, ¡durante tanto tiempo!, en este caso. Tomo algunos fósiles que recogí hace años y que guardo en una estantería para sentir sus rugosidades (y quitarles un poco de polvo): abrimos el armario acristalado donde se guarda la vajilla que usaremos el tiempo que permanezcamos en la casa; miramos por la ventana de la cocina rememorando otras miradas; subimos a las habitaciones y abrimos las ventanas –como hacemos siempre- para que el aire exterior ventile la casa… Y cuando terminamos de hacer unas cuantas acciones como éstas, notamos que la casa ha despertado del sueño y ha recobrado la vida.

Fuera esperan las parras con su generoso cargamento de uvas, a pesar del abandono a que las hemos sometido y lo mismo pasa con los almendros, cargados como nunca de almendras; y las zarzas que han crecido desbocadas, desde la última operación de cirugía a la que fueron sometidas hace tiempo y los espinos que no dan arañones, pero que se han hecho altos, altos… Y el paisaje próximo, ese que limita con el horizonte visible y que no está en su mejor momento, obligado desde hace tiempo a sobrevivir contra una despiadada sequía.

 Al fin, después de varios meses, nos hemos reencontrado. Mención especial haré del reencuentro con el espacio que destinamos a rincón de lectura, donde una estantería sólida de 15 huecos está repleta de revistas y libros. Confieso, una vez más, mi devoción por estos espacios bibliotecarios que -aún habiéndolo formado yo, como en este caso- me reservan sorpresas frecuentes. Con el paso del tiempo, uno olvida qué depositó en esos estantes y mirando los lomos y los lomillos, me encuentro –como digo- con agradables sorpresas y entretengo el tiempo en tomar, abrir, pasar hojas, leer, cerrar y volver a coger libros, revistas, suplementos de periódicos, cuadernos con recortes de prensa,… y así puedo pasar horas. Imposible aburrirme con las posibilidades de lectura y consulta para satisfacer mi curiosidad, que están a mi disposición… Cada vez que subimos a Figols, subo nuevas publicaciones y casi siempre, me bajo algunas otras, de las que allí están depositadas por creer que las utilizaré en mi trabajo o para consultar algo en lo que pensé recientemente.

De modo que este penúltimo fin de semana de septiembre, celebramos el reencuentro con un espacio geográfico, un territorio emocional y con un tiempo de bonanza que esperamos no se tuerza.

 

El segundo reencuentro también fue curioso. El domingo, 23 de septiembre, decidimos que saldríamos a media mañana de Figols con la intención de visitar un pueblo en el que había estado hace 44 años y al que no había vuelto nunca, desde entonces. Me explicaré. Durante el curso escolar 1968-69, estudiaba yo cuarto de bachillerato en el Instituto de L´Aínsa (llamado entonces Colegio Libre Adoptado) y, no recuerdo en qué época de ese curso, se nos propuso asistir unos días a unos ejercicios espirituales que iban a tener lugar en Peralta de la Sal. No recuerdo ningún detalle de la convocatoria ni siquiera del viaje. Los recuerdos que manejo son inconexos. La casa de ejercicios era un edificio grande y envejecido, relacionada con la figura de San José de Calasanz (que había nacido en dicho lugar). Allí nos alojamos y allí escuchamos sermones, hicimos meditaciones, vía crucis, rosarios, etc., etc. También recuerdo que nos mandaban a las habitaciones a meditar y que unos cuantos podíamos reunirnos en una galería trasera con la que estaban comunicadas y allí echábamos nuestros partidillos de fútbol con bolas de papel que fabricábamos con destreza y celeridad, hasta que éramos descubiertos por algún cura y se nos hacía entrar otra vez en los dormitorios… Recuerdo que una tarde nos llevaron a ver las salinas y otra a jugar un partidillo de fútbol a un campo pequeñito que había por allí cerca.

 Hace ya un tiempo que le decía a Mercè: “Tenemos que ir un día a Peralta de la Sal”… De modo que, el pasado domingo bajamos desde Figols de Tremp, hacia Puente de Montañana, Tolva, Benabarre y Purroy de la Solana, donde tomamos el desvío que nos iba de llevar a nuestro destino. Antes de llegar al casco urbano vimos un desvío en el que señalaba que por allí se llegaba a las salinas (Salpura, s.a.). Cuando accedimos al espacio en el que se ubica todo el complejo de pequeñas balsas, empedradas en el fondo y rodeado el contorno de cada una, interiormente, de baldosas de cerámica, nos quedamos decepcionados porque su situación es de ruina total.

Leyendo uno de los dos paneles informativos nos enteramos que desde el año 2000 no se explotan y que desde 2007 constituyen un BIC (Bien de Interés Cultural), aunque su estado es MAC (Mal Acondicionadas y Conservadas). No sé qué sentido tiene declarar BIC a un espacio y no hacer nada por protegerlo o recuperarlo… También se nos informa que ya los romanos explotaron estas salinas. El documento más antiguo que las menciona es del año 987 y su apogeo llegó en los siglos XVI y XVII, exportando parte de su producción a Francia y a Cataluña.

Y otro dato curioso es que el complejo poseía 365 “salinas”, pequeñas balsas donde se evaporaba el agua y quedaba la sal, que era recogida con “retabillos” y amontonada para posteriormente –una vez seca- ser envasada y transportada a los lugares de venta.

 Como ya he comentado, la situación actual es desoladora (no desaladora, como podría parecer por el producto que allí se recogía). El abandono es notorio y la degradación de las instalaciones es imparable. Uno mira en todas direcciones y ante la magnitud del lugar piensa en el montón de horas de trabajo y de personas que se necesitaron para acondicionar todo aquello y da pena verlo en esas condiciones. Aproveché para hacer un reportaje fotográfico, por si tardo otros 44 años en volver. Anny Anselin y Luc Vanhercke (los amigos belgas que colaboran mucho y bien en El Gurrión) las visitaron este año y Anny publicó en facebook unas cuantas fotos que me recordaron que debía propiciar ese reencuentro y me animaron a hacer ese viaje, con la complicidad necesaria de Mercè.

 Desandamos el camino y entramos en el pueblo. Lo primero que encontramos fue el complejo de la vieja casa de ejercicios, totalmente remodelada y convertida en no se qué, actualmente. La vieja estatua del santo, patrón de maestros y maestras, sigue en su pedestal, pero los edificios que lo rodean no marcan ruina, como las salinas, sino todo lo contrario: ostentación y prosperidad. Y ahí sí reflexioné sobre el devenir de los tiempos: las salinas que eran un modelo de economía productiva, arruinadas y las instalaciones eclesiásticas, modelo de “economía contemplativa”, hechas un pincel. (y seguramente con dineros públicos, en buena parte). Así está el país.

 Y no me alargo, aquí dejo testimonio de dos reencuentros: el primero gozoso y deseado; el segundo, nada grato viendo cómo se arruinan algunas instalaciones y cómo han prosperado –incomprensiblemente- otras. Saludos y salud.

2 comentarios

Mariano -

Hola, Anny:

Esa sensación que describo, seguramente con palabras algo más torpes de lo que me gustaría, es la misma que siento cuando subo a Labuerda y abro e ilumino las estancias, abro algunos armarios o vitrinas, tomo objetos del interior… Siempre me ha llamado la atención esa sensación que hace muchos años tengo muy presente. También siento algo de tristeza cuando hago lo contrario, minutos antes de dejar ese espacio familiar: cerrar las ventanas, bajar las persianas, apagar luces… Todo se queda en un tremendo silencio. Y sé que tú lo entiendes y es lo mismo o muy similar a lo que tú percibes y sientes cada vez que llegas desde Gante a Puyarruego, como bien dices…
En Peralta de la Sal me llevé una buena bofetada al contemplar el estado ruinoso de las salinas. Ya lo vi cuando publicaste tu álbum en el facebook, pero en directo impacta mucho más… Vosotros dos, que habéis pateado una parte importante del patrimonio industrial de Sobrarbe: vuestro trabajo sobre molinos es digno de admiración, sabéis bien de abandono y soledad… Un abrazo.

Anny -

Hola Mariano
Me alegro que la estancia, o como la llamas «el reencuentro» en Figols os haya agrado tanto. Un año es mucho tiempo. Como Luc y yo pasamos una vez por ahí, me puedo bien imaginar el ambiente de paz y tranquilidad en este lugar. Lo que escribes sobre el gozo de abrir la puerta, pasar por las habitaciones, abrir ventanas, y hacer ‘revivir’ la casa y sus objetos,...es quizas el mismo que nosotros hacemos y experimentamos cada vez que volvemos a Puyarruego, o al menos algo similar, porque para vosotros hace mucho más tiempo que conoces la casa en Figols, y sobre todo para Mercé, que ha vivido su infancia ahí debe ser cada vez algo muy especial. Pasando a tu segundo reencuentro, las salinas de Peralta de la Sal, pues si, este abandono total y sin acción alguna de rehabilitación y el fuerte contraste con e estado de los edificios en el pueblo mismo, es una vergüenza, no hay otras palabras. En el futuro, dejame saber qué sitios más quieres “reencontrar” y te subiré un albúm con fotos en mi facebook...parece que ayuda a acelerar las cosas...Un abrazo