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LAS CARTAS DE JULIÁN

Julián Olivera es un hombre singular. El pasado 28 de mayo cumplió 87 años y es un consumado escritor de cartas. No abandona ese medio de comunicación tan personal y hermoso que permite dejar una parte de uno mismo impresa en un papel; impregnándolo a su vez de múltiples huellas invisibles: la mirada constante, el aliento necesario, el pensamiento concentrado en la persona a la que se escribe, el suave tacto de la mano yendo y viniendo mientras se dibujan las palabras que brotan del corazón o del pensamiento…

 Escribir cartas, con lápiz, con pluma, con bolígrafo es un ritual cálido que sigue sirviendo para acortar la distancia física entre dos personas (en ocasiones, separados por miles de kilómetros). Con las cartas cultivamos la amistad, avivamos el amor, podemos dar ánimos a quien los necesita, consolar de una pérdida, ofrecer esperanza en situaciones difíciles, dar noticias desconocidas o poner ante el otro o la otra nuestras reflexiones sobre la vida, sobre el momento que estamos viviendo… Ya sé que hoy día todo eso también podemos hacerlo a través del móvil, del e-mail, de una red social tipo facebook o comentando en un blog… Pero no me negarán que la carta tiene un plus especial. En ocasiones escribimos un e-mail y lo enviamos, a la vez, a veinte personas. Una carta manuscrita suele ser única y va dirigida a una persona. Quien la escribe lo hace pensando solamente en ella y si quien escribe decide, a continuación escribir otra a otro amigo, amiga, etc. casi seguro que será bien distinta, aunque coincida el encabezamiento o la despedida o alguna de las cosas que cuenta…

 Julián Olivera es un hombre sorprendente. En poco tiempo he recibido media docena de cartas suyas. La primera está fechada el 25 de febrero de este año. La recibí con retraso porque no me la envió directamente, sino que utilizó la intermediación de un conocido común. Julián y yo no nos conocíamos o si, como él asegura, sí habíamos sido presentados, debió ser hace mucho tiempo o sin tiempo para intercambiar unas palabras, fuera del protocolario saludo de cortesía. En esa carta, que Julián aprovecha para presentarse y definir un territorio en el que pueda haber coincidencias, me ofrece un texto para publicarlo en El Gurrión. El texto tiene una extensión de siete folios completos y lo primero que debo hacer es teclearlos… Se trata de una “calcetinada” realizada en 1993 desde la boca del túnel de Bielsa hasta Puerto Biello (el portillo por donde franquearon la frontera los republicanos españoles y la población civil encerrada en La Bolsa de Bielsa), con sus amigos José Luis y Constante –ya fallecidos-. Julián me da amplios poderes para cortar fragmentos del texto si lo creo conveniente. Yo le tomo la palabra y suprimo todo aquello que puede ser prescindible a la hora de contar lo que quiere contar, para darle una extensión razonable en la revista. En el recién aparecido número 119 de El Gurrión (páginas 42, 43 y 44) se publica su primera colaboración. Y espero que su salud se mantenga a buen nivel durante años para poder contar con su pluma literaria y su experiencia vital: clarividente y rica.

 Julián Olivera es un hombre polifacético. Debo decir que recibir un sobre suya es siempre una fiesta porque es una caja de sorpresas. Contiene uno o varios textos manuscritos, con una letra clara y personal; textos –las cartas propiamente dichas- que hablan de múltiples asuntos con evidente criterio, relacionados ahora ya con lo que yo le he contado en la anterior. Seguidamente aparecen las sorpresas; por ejemplo, un par de folios escritos a máquina glosando la figura de Paco Rabal, fallecido en 2001 y con quien Julián se había intercambiado algunas cartas.  Da gusto leer las respuestas de Paco a Julián, llenas de sensibilidad y cariño y trasluciendo un alma sencilla, un hombre trabajador y honesto que seguía con los pies en el suelo, a pesar de su fama cinematográfica, sus premios y sus reconocimientos. En el mismo sobre, ¡otra sorpresa!, un texto de una página centrado en Albert Camus. Julián confiesa haber leído toda su obra y ser un incondicional del nobel argelino. Como Julián es un hombre que admira a los maestros republicanos, en ese folio copia un fragmento de la carta que le escribe a Albert Camus su maestro Louis Germain, el 30 de abril de 1959 y que tiene un comienzo potente y definitivo: “Quiero decirte cuánto me hacen sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que se urden contra nuestra escuela…” ¡Qué bonito sería que documentos como éste, fueran repartidos a principio de curso entre los maestros y maestras de este país para su lectura y posterior comentario! ¡Cuántos proyectos amenazadores contra la escuela se siguen urdiendo desde hace años, amigo Louis…! Julián completa la página con comentarios de la obra de Camus: “un faro brillante del siglo XX”, tal como él lo define.

 Julián Olivera es un hombre amante de la lectura y de la escritura. Julián toma notas y escribe resúmenes de libros o noticias de actualidad, copia fragmentos de las lecturas que realiza… “Soy autodidacta; mi Universidad fue la obra de Ortega, que empecé a leer a los 16 años, cuando en la sórdida posguerra trabajaba como botones en una empresa. Me suscribí a “Revista de Occidente” cuando inició su segunda época, hace medio siglo (la primera fue breve 1923-1936). Mi biblioteca, con los números de la revista, que son un libro mensual, se compone de unos 2.300 libros: filosofía, historia, ensayos, narrativa… Se me olvidó algo esencial: poesía. Mi poeta sagrado es Antonio Machado”. No le he pedido permiso a Julián para reproducir lo que me escribía al final de una hoja en la que había copiado dos fragmentos de artículos: uno de Juan Malpartida sobre la Generación del 27 y Dámaso Alonso y el otro firmado por Benjamín Prado, titulado “Cien años de Alberti”, pero me siento autorizado a publicarlo, por la intensa relación que hemos establecido y lo hago con el máximo respeto y la más profunda admiración. Aún hay otro documento, de una página, titulado la impunidad del franquismo, copiado a máquina como los otros, en el que se habla del incomprensible y vergonzoso caso Garzón y al que añade, de forma manuscrita una cita, de la que no recuerda la autoría, y que dice: “Las dictaduras largas corrompen y degradan moralmente a una buena parte de la ciudadanía. Vivir bajo el miedo y la mentira encanallan  a mucha gente”.

 Confiesa Julián que “me gusta mucho mecanografiar textos para tenerlos cerca y enviar a los amigos”; por eso me manda, en el mismo sobre un documento de cinco páginas, con el título de “La recuperación de la memoria histórica”, en el que recoge fragmentos de textos de Edward Malefakis, Antonio Elorza, Pedro Taracena, José Manuel Caballero Bonald, Ángel S. Harguindey, Benjamín Prado, Julio Fernández García, Luis F. Moreno, Vicente Cacho, Juan José Longarela, Leonardo Sciascia, Adolfo Sánchez Vázquez, Julio Moreno y el propio Julián Olivera.. Textos que hablan del tiempo esperanzador de la República y también del terrible atraso que supuso cercenar aquel camino emprendido y sumergirnos en un tiempo oscuro de dictadura; de las consecuencias de la Guerra Civil… o que rescatan la figura de algunos personajes importantes en el mundo cultural del siglo XX: Machado, Miguel de Unamuno, Julio Caro Baroja, Otilia López, los maestros republicanos… Y todavía acompaña todo ese material con fotocopias manuscritas por el maestro Manuel Gimeno y otras de su hija, Ana María Gimeno, de las que hablaremos, tal vez, en otra ocasión.

Hasta aquí el contenido, así, por encima de una de las cartas o de los sobres de Julián. Podría haber elegido otro para describir su contenido, pero ya con uno, el lector se hará idea de lo que digo.

 Julián Olivera es un hombre agradecido y generoso. Esta semana he vuelto a recibir uno de esos sobres voluminosos que me manda mi amigo. Julián ha recibido ya el ejemplar del número 119 de El Gurrión, donde se publica el artículo al que me he referido anteriormente, con el título de “Puerto Biello y la Forqueta: unas rocas con memoria”. Una de las cartas de este último sobre comienza así: “¡Aquí están ya esas rocas con memoria! No sólo me gusta cómo ha quedado el texto, me encanta y he de agradecerte tu valiosa colaboración; has convertido lo que era un relato “entre amigos” en un artículo… Muchas gracias por tu labor, realizada con la palabra que empleas tú en las amables líneas de presentación… con pericia” (…) Sus dos cartas son de las que se leen más de una vez, porque todo lo que dice es importante y porque destilan inteligencia y sentimiento a raudales.

 Julián, con generosidad, me hace partícipe de sus aficiones y me envía copias de cartas intercambiadas con personajes importantes de la vida cultural española: una de las que le envió Fernando Vela, fechada en octubre de 1955 (me hace gracia la fecha porque yo tenía entonces poco más de un año de edad). Fernando Vela fue cofundador de la Revista de Occidente; otra del 66 firmada por Vicente Aleixandre (con posterioridad, Premio Nobel de Literatura), desde la calle Verlintonia de Madrid y una tercera firmada por José Ortega Spottorno (hijo de Ortega y Gasset), de 1999, a la que Julián ha añadido el siguiente texto: “Desde mi adolescencia, he sentido afición por la filosofía, mejor sería decir por la lectura de libros con pensamientos sobre esa extraña aventura que llamamos vida humana. La guerra civil de 1936 cortó bruscamente mis estudios de bachillerato y me quedé en el segundo curso. La durísima posguerra y la humilde condición social de mi familia, hacían muy difícil el acceso a la Universidad. Mi Universidad vino a ser la lectura de la obra de José Ortega y Gasset. Como todo autodidacta, he sido un lector voraz. Que el hijo, José Ortega Spottorno, del pensador español más importante del siglo XX diga que soy “un fiel discípulo de su padre” es para mí el más alto de los premios. Con mi modesto bagaje cultural, nunca pude soñar una distinción tan extraordinaria”.

A mí ya no me queda nada por añadir. Para mí es un regalo impagable esta relación epistolar que estoy manteniendo con Julián y lamento, como él mismo me dice en una de sus cartas, que no nos hayamos conocido antes. Siempre he sentido debilidad por las personas inteligentes, de palabra luminosa, de trayectoria ejemplar, de sentimientos nobles, que te introducen en caminos nuevos, que provocan reacciones en tus facultades interiores para ejercitar el pensamiento, aumentar la curiosidad y el deseo de aprender cosas nuevas y, ahora, inesperadamente, como fruto del azar (que tantas veces organiza magistralmente las cosas) y de la revista El Gurrión, se ha cruzado en mi camino, Julián Olivera. ¡Bienvenido a mi geografía personal! ¡Ya tenía ganas de ser correspondido en asuntos epistolares, pero no pensaba que encontraría a alguien capaz de superar mi afición!!; je, je, ¡lo celebro!

 

 

1 comentario

Mariano -

Pongo el enlace de este artículo que he publicado en La cadiera de Macoca y que abunda en esa relación epistolar con Julián, con alguna coincidencia sorprendente.
http://macoca.org/curiosidades-de-gorriones-y