El pasado 7 de julio, en lugar de estar en Pamplona honrando con mi presencia al conocido San Fermín, estuve en Cuenca honrando a la biblioteca escolar, que no es lo mismo, pero no está nada mal, sobre teniendo en cuenta que ya es tiempo de vacaciones y las bibliotecas escolares, en su mayoría, deben estar cerradas a cal y canto.
Estuve en Cuenca hace dos años, por estas fechas (menos o más). Ya escribí algo de ello en este blog. Viajé con Mercè y bajábamos del norte (de la UIMP de Santander y de conocer un par de días Vitoria). Coincidimos con Juan Mata y Andrea, con Antonio G. Teijerio y Susi, con Carmen Utanda y Ángel Luis (me he enterado que falleció hace un par de meses y lo recuerdo con agudo sentido del humor y muy agradable conversación). Los ocho cenamos juntos una noche y estiramos alegremente la sobremesa al darnos cuenta de la coincidencia en muchas percepciones del devenir cotidiano. Fue lo que podríamos llamar una noche memorable. Pedro Cerrillo fue quien me llamó para asistir como ponente a un curso y quien me ha llamado para hacer algo parecido en esta ocasión.
Viajé el pasado lunes -día 6- por la tarde: en AVE desde Lleida hasta Madrid y de allí a la ciudad castellano-manchega, en un autobús directo. En definitiva, mucho mejor de lo que pensaba. Tanto el tren como el autobús fueron (en el viaje de ida) extremadamente puntuales. Me alojé en un hotel de la parte nueva de la ciudad muy confortablemente. Desde la estación de autobuses, ocho minutos andando hasta la puerta del hotel, cargado con “mi maleta viajera”, la que llevo a casi todos los eventos y la que contiene (siempre creciendo) muestras palpables de lo que vamos y voy haciendo; materializaciones prácticas de lo que cuento.
El día 7 por la mañana viene a buscarme a las nueve César Sánchez (joven profesor universitario) al que ya conocí en el viaje anterior y que me acerca al lugar de trabajo: la Facultad de Educación y Humanidades. Allí es donde me encuentro con Cristina Cañamares y Pedro Cerrillo, profesores de esa facultad e involucrados en la organización y desarrollo de este curso, titulado: “Curso de Experto en Promoción y Animación lectoras”, organizado conjuntamente por FETE-UGT y el CEPLI (Centro de Estudios y Promoción de la Lectura y la Literatura Infantil) Universidad de Castilla-La Mancha. Pedro es codirector del curso y Cristina y César secretarios del mismo. Los tres dan también alguna ponencia en el desarrollo del evento.
Comenzamos a las nueve y media, según el horario previsto. La sesión se alarga hasta las dos, con un descanso de veinte minutos para tomar un café. En ese tiempo, explico la trayectoria de la biblioteca escolar, ayudado de una presentación “powerpointiana” y muestro un amplio repertorio de materiales que son quienes mejor hablar por mí. Es más fácil entender la forma y la finalidad de un álbum de cromos si se puede ver, abrir y tocar; se entiende más rápidamente cómo se gesta un librito de abecedarios si lo tienes delante y ves los temas que puedes trabajar y los resultados que ofrecen los chavales; resulta más clarificador a la hora de explicar la participación de las familias mostrar elementos derivados de ello o fotografías que la certifiquen… Y todo lo anterior trufado de comentarios y explicaciones, sin ahorrar lo desagradable, las dificultades con las que nos encontramos en los centros a la hora de sacar adelante las propuestas bibliotecarias por diversas razones: desde la cerrazón de quienes se limitan a lo mínimo y nunca modificarán ni un ápice “su metodología”, a la incapacidad directiva (por no hablar de mala fe, entorpecimiento y otras secuelas) de apoyarlas decididamente… La biblioteca escolar debe luchar frecuentemente contra la invisibilidad a la que quieren condenarla los mediocres: un esfuerzo añadido, que debemos hacer quienes estamos empeñados en empujarla, al que ya de por sí se requiere, muy importante, para esa noble tarea de ponerla en funcionamiento y dinamizarla de manera constante.
La participación efectiva de las personas presentes fue muy elevada y el diálogo, el contraste de pareceres, la explicación de otros puntos de vista fueron frecuentes, enriqueciendo evidentemente las aportaciones del ponente que recibió (que recibí) un cariñoso y largo aplauso final, certificando de algún modo que las aportaciones matinales habían sido significativas y habían conmovido, abierto caminos o sugerido nuevas ideas. Personalmente terminé cansado, pero encantado con esa sesión y agradecí a los presentes su disposición y su atención (y nos hicimos un par de fotos de recuerdo, todos juntos y juntas). Les regalé el díptico en color “Para escribir un cuento hace falta algo de tiempo…” y me ofrecí –como hago casi siempre- a tomar muy en consideración la petición de envío de algunos de los materiales que les enseñé, si me los pedían por correo electrónico, una vez hubiesen reposado todo lo que íbamos a meter en su cabeza a lo largo de la semana. Salí de la Facultad más cargado de lo que entré, pues Pedro y César me regalaron una generosa muestra de las publicaciones del CEPLI (más información en www.uclm.es/cepli), metidas en una carpeta y una maletita con el logo de 10 años de CEPLI. Dentro, como digo, una muestra de lo fructíferos que han sido estos años para este centro que ha dado a luz numerosas y muy interesantes publicaciones relacionadas con la Literatura Infantil.
Luego, la comida a orillas de un lánguido Júcar, con César, Pedro, Elvira y Mariale, degustando algunos platos manchegos o conquenses (morteruelo, ajo arriero, revuelto de morcilla…), nos devolvió la energía y nos sumió en una animada conversación. Al terminar, preferí que me acercaran al hotel para descansar un rato por la tarde. Tras ese leve descanso tomé el autobús urbano número 1 para subir al casco antiguo de la ciudad y me desmonté en la Plaza Mayor, frente a la catedral.
Dos años atrás, hospedados muy cerca de allí (en el hotel Leonor de Aquitania), recorrimos bien esas callejas y admiramos una muestra amplia y variada de elementos arquitectónicos singulares: portaladas, de piedra, escudos nobiliarios, rejas de forja, herrajes sorprendentes, puertas grandes de madera vieja, grandes picaportes, balcones, galerías, fachadas de colores, casa altas y estrechas, pasadizos… Bueno, pues me di una vuelta, armado de la cámara de fotos, por esos sitios y volví a tomar medio centenar de instantáneas de algunos de esos elementos que he comentado. La Cuenca vieja estaba silenciosa y solitaria y disfruté con ese paseo por rincones que ya conocía, pero que pude contemplar en soledad y en silencio. Finalicé el “tour” sentándome en un velador de uno de los bares de la Plaza Mayor, mientras contemplaba a la gente, soportaba el ruido intermitente de los coches y anotaba en mi libreta algunas reflexiones.
Cenamos en “mi” hotel y con esa finalidad nos juntamos allí un grupo variopinto. Fernando, Emilio, Sandra, Elvira, Cristina, Pedro, Amando, Ernesto y un servidor, en animada charla y con apetito comedido. Tras la cena, propuse hacernos unas fotos para inmortalizar estos momentos y ya fuimos abandonando el comedor y saliendo a la calle. Despedida de quienes tenían que marchar a dormir, por razones evidentemente personales, y paseíto hasta encontrar un bar donde tomar una copa del resto. El resto éramos cuatro: Fernando Alonso, Emilio Urberuaga, Sandra Sánchez y Mariano: un escritor, un ilustrador, una bibliotecaria y un maestro; ¡jodo qué tropa!, que decía Romanones. Nos aposentamos en la terraza exterior del café Don Julián y allí iniciamos un rato de charla informal y divertida que nos condujo del pasado al presente y viceversa y con la que disfrutamos de lo lindo (“Lindo” es precisamente el apellido de una tal Elvira y Urberuaga el artista que materializó a su inmortal Manolito Gafotas, de todos conocido). Fernando (“El hombrecito vestido de gris”, “El faro del viento”, “A bordo de la gaviota”, “El hombrecillo de papel”, “Sopaboba”…) nos contó aventuras increíbles de su paso por televisión durante muchos años y Emilio estuvo toda la noche sugiriéndole que las escribiera para añadir a su abundante bibliografía un libro de perfil diferente... Fue un placer compartir mesa y tragos con dos tipos como ellos, llenos de experiencias y jovialidad, que han llegado muy alto en la Literatura Infantil y en la ilustración y que están alejados de cualquier divismo. Estábamos tan bien que, cuando nos dimos cuenta, nos habían dejado solos en la plaza y habían cerrado el bar, así que ya sin prisas seguimos a lo nuestro y cuando nos apeteció regresamos de nuevo al hotel, caminando pausadamente mientras éramos observados por una hermosa y radiante luna llena.
(Puedo certificar que a las 7 de la mañana del día siguiente habían recogido ya la mesa y las sillas porque pasé yo por delante, camino de la estación de autobuses, para iniciar el viaje de regreso).
Las sensaciones, tras este viaje, son excelentes. Poder ofrecer la experiencia personal a un grupo de personas interesadas en oírla, respetuosas con la narración y participativas; sentirte excelentemente tratado por quienes te han llamado y te han acogido; reencontrarme (con Bea, por ejemplo) o conocer a gente muy valiosa que resulta entrañable y con la que puedes hablar como si nos conociéramos de toda la vida… Y poder dar unos paseos por el casco histórico de una ciudad que tiene rincones inolvidables y parajes urbanos literalmente “colgados” en los abismos… Todo junto, como la primera vez, ha sido un lujo y no tengo más que palabras de agradecimiento para quienes me han invitado a participar en este evento veraniego.
Como ya disfruté de San Fermín en el 75, no me ha importado nada perdérmelo un año más, esa es la verdad y cambiarlo por una jornada bibliotecaria en la ciudad de Cuenca.
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Autor: Judit Ainoza Codina
Fecha: 10/07/2009 12:09.
Autor: Javi Amate
Fecha: 10/07/2009 12:46.
Autor: Mariano
Fecha: 11/07/2009 11:46.
Autor: Mariano
Fecha: 11/07/2009 11:47.
Autor: Mariano Coronas
Fecha: 17/07/2009 15:06.
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