Compré hace unos días el libro de Andrea De Porti, “Grandes Exploradores: de las expediciones africanas a la conquista de la luna”, editado por Planeta. Es un libro especial, no sólo por su temática y contenido, sino también por su estructura física, de grandes hojas plegables y desplegables. Sus páginas nos hablan de tiempos esforzados y heroicos y de hombres y mujeres de curiosidad extrema, dispuestos y dispuestas a poner en grave peligro su vida e incluso a perderla por lograr un paso más en el lento pero imparable proceso de conocimiento de todos los rincones de la tierra. Hombres y mujeres cuyos nombres debieran ser conocidos por todas las personas y también sus valerosas hazañas, porque contribuyeron con su esfuerzo a desentrañar misterios, a explorar regiones ignotas, a dar testimonio del trabajo, de la constancia, de la sabiduría y de la curiosidad.
Eran tiempos duros, aquellos que discurrían entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX y la expansión colonial de algunos países europeos había significado para muchos pueblos autóctonos estar al servicio de sus conquistadores. De aquel tiempo injusto y glorioso, a la vez, surgieron gentes que centraron sus objetivos en conocer mejor el mundo en el que habitaban y ese deseo de conocer los llevó a realizar hazañas y a recibir honores por ello. Fueron sus objetivos: los descubrimientos científicos de nuevas especies de flora y fauna; el comportamiento de los glaciares; la apertura de rutas en territorios inexplorados; la dureza extrema de algunos desiertos; el testimonio fotográfico de civilizaciones y pueblos cuyas culturas estaban desapareciendo; las aventuras límite con los primeros aparatos voladores, con barcos que se adentraban en el territorio brutal de los hielos infinitos; la exploración de montañas desconocidas y ser protagonistas de escaladas imposibles…
Por nombrar solamente a algunos, que en el libro podemos conocer, ahí va este adelanto: la gesta de Albert H. MacCarthy comandando un grupo de arriesgados alpinistas que ascendieron el monte más alto de Canadá, el monte Logan, en 1924; el viaje de Friedrich G. Rohlfs (legionario, explorador, médico personal de un sultán…), el primer europeo que consiguió llegar al mítico oasis de Cufra; a Vittorio Sella que fotografió las montañas del Caucaso y los pueblos y gentes que encontró en su viaje y todo antes del año 1900; a Nikolái Mijáilovich Przhevalski, que cartografió territorios desconocidos, habitados por pueblos fieros y belicosos en Mongolia, China y el Tibet; a Pierre Savorgnan de Brazza, de origen aristócrata, idealista y carismático que soñó con acabar con el tráfico de esclavos y que conquistó para Francia un territorio vastísimo sin usar las armas y fundó un estado libre que administró durante doce años; los viajes del científico, explorador, diplomático y hombre de estado, el noruego Fridtjof Nansen, por Groenlandia y el Polo Norte; el celo misional y el inconmensurable afán de conocimiento de Isabella Birds Bishop por la China; al gran Roald Amudsen y sus esfuerzos por dar con el paso del Noroeste o por llegar al Polo Sur; a Katherine Routledge que llegó a Rapa Nui (isla de Pascua) y trató de desvelar el misterio impresionante de los moai; a Gertrude Bell: hija del desierto, consejera del rey, enamorada de Mesopotamia y de la cultura árabe… trabajadora del servicio secreto británico; las hazañas de Robert F. Scott invernando dos años en la Antártida y dejando su vida en el intento de conquistar el Polo Sur; a Humberto Nobile y sus dirigibles con los que logró honores y vivió al borde la muerte; a Maria Reiche que ocupó cuarenta años de su vida en desentrañar los enigmas de Nazca; a Edmund Hillary que conquistó por primera vez la cima del Everest, acompañado del serpa Tenzing Norgary; a Freya Stark, viajera solitaria, que llegó más allá de las montañas de Persia y de los desiertos del Yemen; a Ardito Desio, geólogo italiano, que atravesó el desierto de Libia a lomos de un camello como hacen los beduinos desde hace siglos… Como antídoto contra la banalidad, los buenos libros son excelentes remedios. Como antídoto contra lo tribial, contra lo esperpéntico y para recuperar algunos de los impulsos humanos que han hecho avanzar al mundo y a la humanidad, ahí están las gestas de estos hombres y mujeres que, aunque de apellidos difíciles, habría que conocer. Estoy contento de haber dado con él y de tenerlo en mi biblioteca personal… Pero estoy dispuesto a prestarlo a quien me lo pida.
Para todos y todas, en este último día del año, el deseo de que 2007 venga con rostro amable y nos ofrezca sugerentes horizontes.
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Autor: kamile
Fecha: 01/01/2007 13:18.
Autor: Elena
Fecha: 02/01/2007 12:49.
Autor: Mariano
Fecha: 05/01/2007 00:40.
Autor: Luisa Telenti
Fecha: 06/01/2007 18:51.
Autor: Fiama
Fecha: 08/01/2007 15:38.
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