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Libros: Un viaje por la geografía del horror

Vicente Romero (periodista y corresponsal de TV en zonas de conflicto) ha escrito un libro que lleva por título “Donde anidan los ángeles” y de subtítulo: “Historias de la lucha contra la injusticia”. Está editado por Destino y tiene 322 páginas. Vicente ha recorrido mucho mundo, como corresponsal de televisión que nos ha acercado los conflictos que a lo largo y ancho del mismo se han desencadenado en los últimos treinta o cuarenta años (y que han sido incontables). En este caso, ha cambiado el micrófono por la pluma (o por el teclado del ordenador), nos coge de la mano y nos arrastra a darnos una vuelta por la geografía del horror. Ya en el prólogo, dice el autor: “Aunque no crea en Dios, creo en los milagros. Porque es evidente que los milagros existen: los hacemos nosotros mismos”. Vicente se detiene para presentarnos a esas personas (él las llama ángeles) que allí donde la destrucción, el sadismo, la extrema miseria y la desolación son moneda cotidiana, han sido capaces de crear pequeños espacios para la compasión, la ayuda, la ternura y la esperanza. Los capítulos generales del libro tienen nombres muy significativos: ángeles de la pobreza – ángeles de las mazmorras – ángeles de las trincheras – ángeles de los mutilados – ángeles de los prostíbulos – ángeles del sida y ángeles del genocidio. No es un libro amable; es un libro que conmueve, que humedece los ojos, que produce escalofríos, que te deja pensativo y horrorizado. Algunos pasajes narran atrocidades inimaginables cometidas por supuestos seres humanos atacados por una locura asesina imposible de entender. El contrapunto a ese panorama destructivo, de degradación física y moral, lo ponen esas personas, misioneros y misioneras (curas y monjas, en la mayor parte de los casos, que hace tiempo vieron ya que la postura de la iglesia oficial ante los excluidos de África, Asia, América… es insostenible e impresentable) que han levantado escuelas, hospitales, refugios, talleres, etc. allí donde parecía imposible hacerlo y han conseguido salvar a algunos miles de personas de un destino trágico, fatal. Nicolás Castellanos, Amarilys Acevedo, Ángel Olaran, Pinto Quintanilla, Chema Caballero, Maurizio Boa, Kike Figaredo, Joaqui Salord, Somaly Mam, Ana Mª Granados, Waldina Martínez, Carmen Villalón, Alongkot Dikkapanyo, Pilar Díez Espelosín, Roz Carr y Maggy Barankitse son algunos de ellos.
La extrema miseria de muchos miles de personas en Bolivia, en Haití o en Colombia; el hambre atroz en Etiopía (Olaran, uno de los “ángeles” del libro dice: “El hambre es un genocidio programado, tolerado…”), las cárceles del Congo, del Chile del golpe de estado o las de La Paz, en Bolivia; la experiencia terrible de los niños soldado, obligados a matar o a mutilar a alguno de sus familiares, en Mozambique, Sierra Leona, Liberia, Angola… con infancias destrozadas y sin futuro; la tragedia de las minas que diezman a la población años después de que los conflictos hayan acabado o hayan quedado dormidos en Camboya (el país con mayor proporción de mutilados del mundo), Bosnia, Angola, Mozambique…; La situación de los pequeños “desechables”, niñas y niños de la calle, perseguidos como alimañas en ciudades como Bogotá, Río de Janeiro, etc.; la abominable prostitución infantil, organizada en países del llamado Tercer Mundo, pero abonada por el Primer Mundo que tiene en esos países sus destinos turístico-sexuales: Tailandia y otros países del sudeste asiático juegan ese papel; la marginación y abandono total de los infectados de sida en gran parte de África; el genocidio de los tutsis y los hutus en tierras de Ruanda y Burundi… Un viaje a muchos rincones del mundo en los que, como si se tratara de implacables plagas bíblicas, grandes contingentes de población se ven sumidas en dificultades insalvables, en atroces agonías y es allí, donde Vicente encuentra a esa pequeña legión de “ángeles” que, desafiando prohibiciones, carencias y peligros dedican su vida a hacer más feliz la de otros seres humanos; a veces sólo a hacerla posible. Vuelvo a repetir que no es un libro ni amable ni complaciente, pero la lectura debe, en muchas ocasiones, hacer ese papel de remover las entrañas y sacudir las conciencias.

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