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Libro: "Quercus. En la raya del infinito"

Quercus. En la raya del infinito – Rafael Cabanillas Saldaña. Ed. Cuarto Centenario. 4ª edición: mayo 2022. 345 páginas

Desde luego, nadie que lea "Quercus" puede quedar indiferente. Yo hace ya días que cerré el libro y la historia se ha instalado dentro de mí y voy con ella a todas partes. Siento profundamente los sucesos y la vida que envuelve a los protagonistas. Abel Mejía Romero era hijo de padre comunista y asiste, malherido por los golpes, en su propia casa, a los actos de la más extrema brutalidad, siendo poco más que un adolescente. El grupo de falangistas que han entrado a la fuerza en casa, gritan, amenazan, golpean... Violan salvajemente por turno a su hermana y la matan de un disparo, matan a su madre y su padre, desde una galería del pozo de la casa revienta de dos disparos con postas al jefe del grupo que es requerido por él para que se asome en el brocal del pozo y luego se pega un tiro. Abel huye, en medio de la confusión, y se refugia en el monte. ¡Vaya comienzo! Son tiempos brutales, inhumanos y Abel permanecerá en una cueva cinco años mimetizándose con la naturaleza, aprendiendo a sobrevivir y tratando de olvidar los sucesos que le han llevado a esa situación, pero no a sus familiares. Siente una rabia incontenible hacia los asesinos que han destrozado su vida y le han dejado sin familia.

Disputará la comida a los animales que, como él, o él como ellos, deben cazar para sobrevivir y aprenderá a ser sigiloso, invisible, a ser como ellos; imitando sus gritos, su olor, sus desplazamientos... Un suceso fortuito, al salvar a una mujer de morir ahogada en un río, cambiará su destino. Después de cinco años, decide bajar al pueblo con ella y allí se convierte -lo reciben- como un héroe porque le ha salvado la vida a la muchacha (Lucía).

Mientras tanto, asistimos al fenómeno de usurpación de tierras por parte del señorito de la zona que va ampliando sus posesiones, cerrándolas con vallas de piedra de dos metros de altura y prohibiendo a los habitantes de las aldeas y pueblos limítrofes que entren con los ganados o que hagan leña o que recojan bellotas... Los guardas tienes la orden de disparar a matar; orden dictada expresamente por Don Casto, el señorito, ministro en Madrid. Como consecuencia de esas medidas, muchas familias que vivían precariamente con un rebaño de ovejas o de cabras, que tomaban leña para el invierno o descortezaban alcornoques, etc. no tiene más remedio que abandonar sus miserables asentamientos y buscar mejores condiciones de vida en la ciudad. Así se fue vaciando una parte de España...

Don Casto (¡vaya nombrecito!), que es cualquier cosa menos “casto”, ordena y manda, con crueldad y suficiencia a la gente que tiene contratada como guardas y sirvientas. Algunas de ellas, son perseguidas por una bestia que está siempre en celo y que las va dejando preñadas con distintos resultados: unas se ven obligadas a marchar con unos billetes y el silencio hacia sus maridos; otra se quita la vida al sentirse destruida por el infame y su cómplice ama de llaves... Descarnados testimonios de la violencia y el poder omnímodo, como si fuera un señor feudal.

Cuando Abel, después de muchas peripecias, casado ya con Lucía, aspira al puesto de guarda de la finca, debe pasar alguna prueba que realiza con solvencia y resultado inesperado, dejando boquiabiertos al señorito y a sus invitados. Su conocimiento del monte (que él consideraba suyo, después de tantos años recorriéndolo y observándolo) y del comportamiento de los animales son incomparables con el que tienen otros guardas y, por supuesto, el señorito quien lo desconoce todo, respecto al monte. Eso genera en éste un sentimiento de rencor hacia Abel ya que resuelve las circunstancias de caza con solvencia. Abel y Lucía están profundamente enamorados y ella, finalmente, queda embarazada. Él es contratado como guarda y se les asigna una casita en uno de los límites del latifundio donde esperan la llegada del hijo... Un viaje a Madrid del señorito, que se ha llevado a Abel, vestido de guarda, para lucirlo delante de sus amistades, desatará en la mente del indecente ministro un deseo que intentará llevar a cabo a la vuelta... Y, hasta aquí puedo leer...

Los sentimientos que, como lector, he ido experimentado a lo largo del libro han sido muy variados: desde luego, mucha mala hostia viendo la miseria, la injusticia, la podredumbre, la catadura moral de los prebostes autoritarios salidos de la guerra incivil, que se adueñaron de bienes y personas y decidían a su antojo sobre unos y otros. Sentimiento de ternura ante la relación entre Abel y Lucía que ponen el contrapunto a todo lo anterior. Admiración por los principios humanistas del padre de Abel, que aún consiguió inculcarle algunas ideas que le ruedan por la cabeza para poder interpretar algunos de los sucesos que vive. Solidaridad con la miseria descarnada de los aldeanos que pueblan las sierras extremeñas y se ven desposeídos de tierras y derechos y obligados a abandonar el lugar donde nacieron...

Una historia en unos lugares aislados de la civilización, cuya identidad se va conformando con las vidas y sucesos de los aldeanos, de los que el autor explica sus miserias, carencias y abusos. El autor, Rafael Cabanillas, acaba convirtiendo sus relatos en una novela coral de múltiples voces y variadas experiencias, con las que sentirás el hondo palpitar de los montes, el terrible sabor del miedo y el desconsuelo y la desesperación de sus gentes. Todo ello, adherido a tu boca, a tu mente y a tu piel. No creo que tenga que decir, pero lo digo, que es una de las mejores novelas que he leídos en los últimos años.

Agosto de 2022

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